CINE: Reseña / Harry Potter y las reliquias de la muerte parte 2

Por Javier Pérez
Zozobrando entre la premura por ofrecer una batalla épica que parte de la premisa básica (o mítica si se quiere) de la lucha entre el bien y el mal, una historia de maduración que sondea en los temas de la decepción, el engaño y la lealtad, y en gran medida en una historia sobre el amor y la amistad, la segunda parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte (Harry Potter and the Deathly Hollows part 2; EU, 2011) -derivada del séptimo libro de la saga escrita por la británica J. K. Rowling (anunciada desde antes que el primer libro se convirtiera en un éxito de ventas)-, es la culminación de un importante proceso que ha marcado la primera década del siglo 21 como un fenómeno cinematográfico (y desde luego y más que nada literario) que fue creciendo a la par que sus propios fans.
Esta última parte de la serie de Harry Potter no es ni de cerca una obra maestra (su director, David Yates, es a lo sumo un oficiante cumplidor), sin embargo, encierra en sí misma la culminación de una época, el cierre de un ciclo que difícilmente volverá a repetirse. Su éxito tal vez radique en que el universo creado por Rowling (sería una necedad no ver que la autora ha partido de mitos universales e historias harto conocidas como El señor de los anillos) si bien está circunscrito a entornos fantásticos, sitúa a sus personajes en medio de temores cotidianos que de inmediato conectaron primero con sus lectores y más tarde con sus espectadores.
La octava entrega fílmica de la serie, no obstante, zozobra en una apuesta por la acción vertiginosa que deja de lado cualquier asomo de sentimientos o siquiera un atisbo de profundidad en el interior de los personajes dejando una historia coja por su fragmentariedad. ¿Dónde está la emoción por el amor recién aceptado entre Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson destacando con soltura) o dónde la emoción por encontrar al amor que durante seis meses mantuvieron separados a Harry (Daniel Radcliffe eternamente preocupado) y Ginny (Bonnie Wright)? ¿Dónde está el dolor, la pena por los caídos en combate? En unos cuantos segundos que el realizador despacha cual noticiario televisivo.
Y así es como despacha casi todo: la delirante ansia de poder que carcome la cordura de un ya casi revitalizado Lord Voldemort (Ralph Fiennes gozando) aparece por fragmentos apoyados por algún efecto de cámara o un close-up a la mirada perdida del mago perverso que goza matando incluso a sus propios seguidores; la caída de la tenebrosa bruja Bellatrix Lastrange (Helena Bopnham-Carter) ocurre como si estuviéramos viendo un combate de box arreglado; el sufrimiento de Hagrid (Robbie Coltrane) al llevar al héroe caído es tan sentido como los desangelados besos de los protagonistas.
En lo que sí se percibe trabajo de fondo es en la construcción del amor puro del siempre ambiguo Snape (Alan Rickman destacando como suele) hacia la madre de Harry, convirtiéndolo en pieza fundamental de la estrategia ajedrecística del mago que incluso planeó su propia muerte para conseguir que el destino siga su curso según lo proféticamente previsto. Y esto incluye que el héroe caiga en oscuras hondonadas que, a partir de la duda, corroen su integridad moral y su fortaleza espiritual antes de llegar al último reducto de su viaje iniciático apuntalado por la fe, la amistad y el amor.
Con todo, ¿por qué razón se debe hablar de Harry Potter? Porque es, en el caso que nos ocupa, una saga fílmica que le cambió la cara al cine de corte fantástico y aventuras por el solo hecho de haber crecido junto con sus fans.

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