Oscar 2025: reseña de "La semilla del fruto sagrado", de Mohammad Rasoulof, que compite como mejor película internacional

Fotograma del filme. Cortesía: Cine Caníbal

Por Javier Pérez

La semilla del fruto sagrado es un excelso filme del iraní Mohammad Rasoulof cuyo contexto son las protestas por la muerte de Mahsa Amini, de 22 años, quien en septiembre de 2022 fue golpeada y torturada por la policía de la moral por no usar hiyab. Las protestas surgidas inmediatamente después, mostradas en pantalla a partir de imágenes de teléfonos celulares (no con desdén estético sino como poderoso referente documental totalmente justificado en la narrativa del filme), detonan una historia de protesta y confrontación en un núcleo familiar de cuatro en el que, salvo el padre, todas son mujeres.

Filmada clandestinamente y ambientada mayoritariamente en un departamento de la capital Teherán donde vive la familia, La semilla del fruto sagrado –representante de Alemania en la terna de mejor película internacional en los Oscar– empieza con el raro viaje de un hombre hacia una lejana mezquita (que al final cobra sentido). Pronto sabemos que el hombre es Iman (Misagh Zare, censurado por el régimen por abandonar el país), quien recibió el nombramiento de investigador, ascenso que promete un cambio de residencia y un camino abierto en la jerarquía judicial de Irán para convertirse en juez de instrucción.

La promoción es tomada con euforia por su esposa, Najmeh (Soheila Golestani, denostada por salir de Irán, y quien estuvo en prisión por aquellas protestas), ansiosa por contarle a sus dos hijas, Rezvan (Mahsa Rostami), estudiante universitaria de 21 años, y Sana (Setareh Maleki), una adolescente en rebeldía contra sus padres. Sin embargo, él no parece muy de acuerdo pues aparentemente su trabajo no es algo de lo que estén al tanto las chicas.

Reza Akhlaghi y Misagh Zare en una escena del filme. Cortesía: Cine Caníbal

Pero acepta y luego la euforia inicial encalla, pues él de inmediato siente la presión de un nuevo puesto para el cual no todos lo querían según le informa Ghaderi (Reza Akhlaghi), su superior, quien le aconseja que firme la sentencia de muerte de un detenido sin siquiera revisar el expediente, ante lo cual Iman mostraba reticencias (los sucesos posteriores dan a entender que era mera estrategia para saber dónde poner los pies). 

Además está el hecho de que tiene que llevar un arma cargada para protección personal (las armas están prohibidas en Irán), que se muestra incesantemente y que en principio parece McGuffin para más tarde erigirse como elemento chejoviano del tenebroso melodrama en que el filme deriva. Y, luego, las protestas masivas, de jóvenes especialmente, que implican detenciones igualmente masivas, manteniéndolo ocupado firmando sentencias que, sabemos, no tiene siquiera que revisar con que tengan la orden superior de hacerse efectivas (y todo esto ocurre mientras la acción se mantiene en el departamento).

Mohammad Rasoulof, quien ha sido detenido varias veces por su trabajo fílmico por el régimen iraní, y sobre quien pesaba una sentencia en 2024 por la que tuvo que salir de su país (lo tenía prohibido desde 2017), hace que la historia mantenga en vilo al espectador las casi tres horas de duración del filme. 

Mahsa Rostami, Misagh Zare y Setareh Maleki. Cortesía Cine Caníbal  

Rasoulof crea una atmósfera opresiva para enmarcar su historia en los límites del terror: la seguridad del hogar, que defiende la madre aparentemente bien enraizada en el régimen, se tambalea primero a la llegada de Sadaf (Niousha Akhshi), amiga de Rezvan, quien la visita porque ha llegado de fuera a la universidad y no tiene dónde quedarse en tanto la residencia está lista, y luego a las protestas que comienzan en las calles y a las que las hijas tienen acceso a través de los videos e informaciones compartidas en redes sociales, que contradicen la oratoria oficialista de los noticieros que se ven en casa. 

La invasión del hogar se mantiene, con un Iman cada vez más presionado y ausente, aumentando cuando Rezvan y Sadaf aparecen en casa, con la amiga herida en el rostro por perdigones. La escena de la curación, hecha por la madre, es de una fuerza tremenda para mostrar los horrores de un régimen opresivo como el iraní, y funciona como metáfora del cambio en la madre y en la historia: los perdigones que deja caer en el lavabo y que ha sacado meticulosamente del rostro de la joven muestran que el horror no está afuera, sino en la propia casa.

Fotograma del filme. Cortesía: Cine Caníbal

Y eso se acentúa cuando la pistola desaparece e Iman se vuelve paranoico pues se expone a la vergüenza pública y a tres años de prisión. Incluso accede a que su familia sea interrogada como se interroga a los enemigos del régimen. Y todo va in crescendo a partir de que sus datos se filtran entre los rebeldes y le aconsejan esconderse por seguridad. Así que se lleva a sus hijas y esposa al pueblo aquel donde está la mezquita que vimos al principio solo para dejar claro que el monstruo está con ellas.

Al final, La semilla del fruto sagrado, que obtuvo el premio del jurado en el Festival de Cannes, mantiene la esperanza en la juventud, que no se ata en las convenciones y quiere por fin liberarse de la opresión. Aunque el camino está lleno de perdigones.



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