El gran maestro
Won Kar Wai es un cineasta excelso. Con una capacidad técnica impecable, precisa.
Digamos que poética por lo emocional de sus imágenes preciosistas. Un cineasta
que recurre una y otra vez a historias que giran alrededor de amores
frustrados. En México su filmografía empezó a conocerse a partir de Ángeles caídos (1995), una película
turbulenta sobre un matón en el Hong Kong contemporáneo que la Filmoteca de la
UNAM incluyó en su catálogo de distribución.
A
partir de entonces todos sus filmes han estado en la cartelera mexicana: aunque
cuatro años tarde, Happy together (1997),
una historia sobre un tórrido romance gay en Argentina con la que ganó el
premio a mejor director en Cannes, formó parte de un Foro de la Cineteca. La
que prácticamente elevó al cineasta hongkonés a niveles de culto fue Deseando amar (2001), una historia de
amor hecha con maestría y con una plasticidad cautivadora.
A ésta
siguió su continuación / complemento: 2046
(2004), en la que retoma a los mismos personajes para dar un redondeo emotivo
a esa historia de un amor frustrado. Aunque con una producción que nada tenía
que ver con Hollywood, recurrió a un reparto estelar de actores de esa
industria en Noches púrpuras (2007),
otra vez volcándose –con menos énfasis, eso sí– a su estética preciosista, a su
ritmo cadencioso, a dos historias que corren paralelas. Y de nuevo, como en
todas las demás, habla del amor. No menos azaroso, aunque sí más esperanzador.
Y ahora
se estrena El gran maestro (2013), en
la que regresa una vez más a esas historias guiadas por un romance frustrado
por las circunstancias, pero vivo y a punto de estallar. Esta película marca
también su regreso al género de las artes marciales con una especie de biopic
(que no es rigorista) sobre Ip Man (interpretado por su actor fetiche Tony
Leung), el hombre que combinó los estilos de wu shu y transformó ese arte
marcial hasta volverlo un estilo de vida.
Tal
como lo había hecho a mediados de los años noventa con Cenizas del tiempo (Ashes of time, 1994), una película sobre espadachines chinos donde había mostrado su
habilidad para ejecutar un filme poético y visualmente portentoso antes que Ang
Lee o Zhang Yimou le entraran al género, en El
gran maestro ejecuta una puesta en imágenes cargada de detalles, con peleas
con una fortaleza visual apabullante, su acostumbrado ritmo sosegado, y una
fotografía impecable.
Y
aunque la película es floja en su historia, inconsistente y con hartos cabos
sueltos –y con retazos dizque "filosóficos"–, su mejor lado está en
las peleas. Que Won Kar Wai haya dejado de trabajar junto con Christopher Doyle
como fotógrafo no le resta fortaleza a la película. Philippe Le Sourd consigue
imprimirle a esas secuencias la belleza gráfica que caracteriza la filmografía
del cineasta oriental.
La
puesta en escena de esas peleas corre a distintas velocidades, con enfoques en
primerísimos planos de detalles importantes pero de otro modo imperceptibles,
con un trabajo encuadrado e iluminado casi subliminalmente. Es como si se
tratara de un ballet hermoso y descarnado con tres momentos fundamentales: la
secuencia inicial bajo la lluvia, la pelea de apuesta en el burdel y la que
ocurre en el andén del tren.
Sin
embargo, es como si Won Kar Wai hubiese apostado sólo por la belleza visual. La
historia, ya de sí compleja, es caótica y enclenque. Hay personajes que aparecen
y desaparecen sin que su inclusión quede clara (ese matón de los cuchillos, por
ejemplo). Y el paso del tiempo y el cambio de locaciones (que va de la ciudad
de Foshan a Hong Kong, de los años 30 hasta los 50, teniendo en medio la
invasión japonesa a China y el triunfo de la Revolución comunista) ocurren a
trompicones.
Y
aunque la historia del amor frustrado –a pesar de la insistencia y los
reencuentros– entre Ip Man y Gong Er (Zhang Ziyi) es cautivante y emotiva, no
termina por redondearse ni atrapar.
No es
lo mejor de Wong Kar Wai, pero vale la pena verla por su belleza visual.
Por Javier Pérez
El gran maestro estrena en México el 10 de enero de 2014.
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