Crítica de Roma

Por Javier Pérez

Fotos: cortesía Netflix

Impecable. Portentoso. Un filme de ficción hecho con detallada obsesividad, con una planeación que no desperdicia un solo encuadre a pesar de que a veces podrían haberse extendido menos. Una inmersión al pasado a partir de la nostalgia y la clavadez antropológica cuya búsqueda no parece la reconstrucción sino la replicación mnemotécnica. Un derroche técnico suculento no solo porque Alfonso Cuarón entrega en Roma su película más madura en términos estéticos, sino por la utilización de efectos visuales de primera línea para traer de vuelta el pasado reciente pero ya perdido sobre el trazo de una ciudad que ha cambiado sus formas.

Roma es una película que no es ni espectacular ni vertiginosa en los términos de un blockbuster, sino que, con esos mismos recursos, se asienta en la cotidianidad de una familia de clase media que vive en la aludida colonia Roma de Ciudad de México a finales de 1970 y mediados de 1971 para establecer una historia íntima sobre una familia sin olvidar el contexto sociopolítico. Pero esta familia no es la protagonista de la cinta, sino la empleada doméstica de tiempo completo Cleo (excepcional Yalitza Aparicio), quien vive un proceso que va, como la familia, de la ilusión a la ruptura y a la probable reconstrucción mientras se mantiene aparentemente impasible.

Cuarón no se vuelca al dramatismo e incluso suprime con impecabilidad los arcos dramáticos clásicos. Meticuloso, ha construido la película como una sucesión de escenas donde es evidente que no sobra ni falta nada que él, en plan de autor total, no haya planeado ni planteado con antelación. Es sublime en la selección de encuadres, mayoritariamente abiertos para aprovechar la plasticidad del blanco y negro elegido como antítesis de los coloridos setenta –y seguramente como solución también ante el abigarrado México contemporáneo– y de paso dar lo que parece una postura: la ausencia de color es también la ausencia de esperanza, o por lo menos, el comentario de que Roma no es un filme de posturas y mensajes, sino una especie de crónica de un momento, un tiempo y una época desde una memoria y una mirada particulares: las de Alfonso Cuarón.

Y el cineasta mexicano es un maestro para conseguir el balance perfecto de su narrativa entre los momentos, esas pequeñas imágenes de una película suficientes para evocarla (la escena del hotel y el tubo, la del profesor Zobek en Neza, los créditos iniciales), y sus escenas, aquellas partes de la historia que nos permiten conocer el contexto de los personajes (del Halconazo al parto o el viaje a la playa). Y los liga de tal modo que acaban fundiéndose en un poderoso lirismo visual sin perder elegancia, sobriedad, intensidad ni tratando de lograr un efecto apantallante como el de los burdos intentos fallidos de alguien como Zack Snyder, afanoso buscador del sello autoral. En Cuarón esa búsqueda es un hallazgo que, a pesar de su obsesivo control, no es artilugio sino propuesta artística.

Y es que el cineasta, a pesar de la crudeza de algunas de sus imágenes, extirpa de ellas no solo la sensiblería, sino también la emotividad. Es, insisto, en ese sentido una crónica que expone hechos y situaciones, que plantea cuestionamientos y hace que todo gire alrededor de su protagonista: Cleo, una joven mixteca. El carácter estoico de esta muchacha permea todo el relato y lo invade con su estoicismo para volverlo así aparentemente carente de emotividad. De este modo, los planteamientos sobre la distinción de clases, el engaño amoroso, la pérdida, el duelo, el abandono, el machismo y el feminismo aparecen sin rasgo aleccionador aunque subrayados con prominencia.

Roma es una película intensa que a pesar de tener dos personajes femeninos fuertes, posa su mirada sobre una sociedad machista (la señora Sofía abrazando a su marido cuando está a punto de irse, Fermín amenazando a Cleo) y discriminatoria (la señora Sofía enviando a Cleo a preparar el té del marido, el regaño sobre las cacas), una sociedad que tal vez no haya cambiado mucho a pesar de los esfuerzos y el casi medio siglo que ha pasado desde los años setenta en que se ubica la historia. Cuarón no hace apología de estos puntos, pero tampoco es que los critique. No busca replicar, evidencia. Cronica. Plantea cuestionamientos. Y tan es así que lo han denostado y alabado por igual por las cuestiones temáticas. En lo que no hay duda en es la calidad cinematográfica de Roma. Un filme impecable, portentoso que ya le valió el León de Oro. Tal vez le consiga algún Globo de Oro o un Oscar.



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