Roma en el circuito alternativo

Por Javier Pérez

Foto: cortesía Netflix

Estrenada casi clandestinamente en septiembre pasado, en el Cine Tonalá de Ciudad de México, para cumplir con los requisitos de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos para ser considerada en las nominaciones a los premios Oscar, la película Roma, de Alfonso Cuarón, se ha establecido como un bombazo para la industria en México.

Más allá de si es o no una obra maestra, Roma ha cambiado los parámetros de exhibición y producción del cine nacional. Con un socio como Netflix en la producción, el anuncio de que no se estrenaría en salas comerciales, sino que únicamente a través del servicio de streaming, provocó que en cuestión de minutos se acabaran los boletos para la exhibición de la película en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, donde Alfonso Cuarón fue premiado por su carrera.

No fueron minutos, aunque sí unas cuantas horas, los que bastaron para que el boletaje disponible para ver Roma en unas pocas salas del circuito alternativo de unas ciudades del país, a partir del pasado 21 de noviembre, también se acabaran. A partir de entonces, se han añadido más foros pero todavía no las dos grandes cadenas de exhibición comercial en el país. La oficina de RP que mantiene a los medios de comunicación al tanto de la adición de nuevas salas, todas del llamado circuito cultural, ha expresado que la invitación a que otros exhibidores se sumen a la proyección de Roma está abierta, en una alusión a esas dos grandes cadenas.

Cinépolis ha enviado un comunicado expresando su interés por programar la película de Cuarón en sus salas, pero dejando claro que no ha llegado a un acuerdo con Netflix porque la compañía no ha querido retrasar su estreno en streaming (programado para el 14 de diciembre) para dejarles un margen de exclusividad y con ello no competir con una película que al estar en el catálogo de ese servicio no implicaría un gasto extra para sus suscriptores como sí lo implicaría el costo del boleto de una sala. Sin embargo, la decisión la tendría el espectador.

Roma es técnicamente portentosa. No solamente por su impecable puesta en escena, sino por su trabajo sonoro. Es una delicia verla en una sala equipada para reproducir la cuidada edición de sonido, difícilmente reproducible en un equipo casero.

El hecho de que una película como Roma, que ganó el León de Oro en Venecia, que toca temas como el engaño amoroso, el clasismo, el machismo, la intolerancia, el odio, la represión y la reconstrucción a partir del núcleo familiar, y que seguramente estará nominada en más de una terna en los premios Oscar, no estrene en el circuito comercial, es más que significativo.

Por un lado demuestra que se le puede dar la vuelta al principal mal que aqueja al cine mexicano, o por lo menos de lo que más se quejan los productores, que es de las malas condiciones de exhibición. Mónica Lozano, productora entre cuyos créditos se encuentran filmes como Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 1999) y No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez, 2013), y directora de la compañía Alebrije Films, declaró en un reportaje sobre la comedia: “lamentablemente no es el público, la audiencia, sino el dueño de la pantalla, la que sea, quien decide qué llega a ellas”.

Roma no solo ha abierto una puerta para el derribo de estereotipos, también está abriendo la puerta a la democratización de las pantallas. La elección de verla en la pantalla de un móvil y la de una sala de cine la tendría el público. El boletaje agotado en las del llamado circuito cultural está demostrando que hay interés por la experiencia compartida, habrá que ver si los exhibidores comerciales, acostumbrados a imponer sus condiciones (aun cuando estas incluyen donativos a causas sociales) acaban por aceptar las de los productores.

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