"La niña callada" es un relato tierno y poderoso sobre el amor

Catherine Clinch en una escena de "La niña callada". Foto: cortesía Cine Caníbal

Por Javier Pérez

La niña callada es un relato poderoso sobre el amor a la vez que un mosaico social sobre la pobreza alrededor de una historia tierna y emotiva cuyas lecturas más fuertes están en aquello que no se dice. 

Cáit (magnífica Catherine Clinch) es una niña que vive en la Irlanda rural de principios de los ochenta junto con su cada vez más numerosa y empobrecida familia. Ante la inminente llegada de un nuevo hermano, sus padres (interpretados por Kate Nic Chonaonaigh y Michael Patric, como el alcohólico papá temido) deciden enviarla a pasar el verano con unos familiares a quienes ella ni siquiera conoce. 

Se trata de una pareja mayor que vive sola en su granja a tres horas de viaje en auto: Eibhlín (Carrie Crowley), la prima de su madre, y su taciturno marido Seán (Andrew Bennett).

Catherine Clinch y Carrie Crowley en una escena de "La niña callada".
Foto: cortesía Cine Caníbal

Cáit, abandonada a su suerte en el nicho familiar, tiene problemas evidentes en sus relaciones sociales y con su conducta. Suele mimetizarse con el entorno rural para pasar inadvertida y tiene problemas nocturnos de incontinencia. Como se puede inferir, sufre un abandono afectivo, pero el cineasta debutante Colm Bairéad, basado en la novela Foster de la premiada Claire Keegan (traducida al español como Tres luces por Eterna Cadencia), se apega a la mirada de la niña y evita cualquier atisbo tenebroso.

Por el contrario, los expresivos ojos de la niña propios de una mirada inquisitiva y expectante se transforman sin dejar de mantenerse siempre abiertos: de la temeridad en la casa familiar a la sorpresa de un entorno positivamente desconocido. De hecho, la paleta de colores y el uso de la luz en la granja de los tíos de la niña dan cuenta de un cambio emocional y apuntan a una historia de crecimiento esperanzadora en tanto que Cáit va descubriendo el afecto y el amor de la protección familiar a los que nunca había accedido.

Sin embargo, Eibhlín y Séan tienen un secreto que alimenta esa tristeza que emanan y que hace que él, en principio, erija una barrera con la niña. Ese secreto se revela cuando Cáit es atendida por una vecina tras un velorio, quien no tiene empacho en atormentar a la pequeña con preguntas para poder descubrir los pormenores de la vida cotidiana de la atormentada pareja.

Catherine Clinch y Andrew Bennett una escena de "La niña callada".
Foto: cortesía Cine Caníbal


Entonces, el olvido del padre de la niña cuando va a dejarla a la granja adquiere otras dimensiones, sin lugar a dudas aflictivas. Es aquí cuando uno de los diálogos más poderosos de la cinta tiene lugar: Séan le dice a Cáit que muchas personas desaprovechan la oportunidad de guardar silencio y acaban lamentándolo.

Este punto de inflexión no hace más que consolidar los lazos afectivos tejidos por el trío de inadaptados que han encontrado en sus carencias los puntos de unión que convierten a La niña callada en un poderoso relato sobre el amor. Emotivo y que deja sin palabras, tan callados como la niña del título.

Y el final, que hubiera podido desbarrancarse en el melodrama o en la tragedia, es sutil como la narrativa del filme.


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