"La golondrina" y el terror de los crímenes de odio

Margarita Sanz y Germán Bracco. Foto: Ady Reyes / cortesía BH5

Por Javier Pérez

La golondrina a la que alude el título de esta puesta en escena que se presenta en el Teatro Milán lo mismo es una metáfora de despedida que aquello que en el cine se conoce como MacGuffin y que se convierte en catalizador de toda la trama, un hilván no del todo claro alrededor del cual se entreteje lo demás.

Aunque se sabe que esta obra surgió a partir de un hecho real, el atentado contra el bar gay Pulse ocurrido en 2016 en Orlando, la historia se desarrolla en un lugar indeterminado en la época actual. Por lo menos así ocurre en esta versión  dirigida por Alejandro Íñiguez.

La trama de este montaje se desarrolla en un departamento al que llega Ramón solicitando unas clases de canto exprés a la destacada maestra Amelia, quien se niega a aceptar alumnos inexpertos.

Ramón lo parece y ella lo quiere despachar rápido. Sin embargo, el joven se las ingenia para alargar su presencia y hacer que ella acepte guiarlo en el entrenamiento vocal para poder interpretar "La golondrina", un tema muy especial, durante el aniversario luctuoso de un ser muy querido.

Margarita Sanz y Germán Bracco. Foto: Ady Reyes / cortesía BH5

Eso dobla la reticencia de Amelia, pero da paso a las verdaderas intenciones de Ramón al tiempo que se va descubriendo que ambos personajes están conectados por ese atentado por el cual el dramaturgo español Guillermo Clua escribió su obra. Y por el hijo de ella fallecido en ese lugar.

Margarita Sanz, como la madre desolada aunque curtida en el dolor, es una presencia escénica de primer orden. Navegando entre el reconocimiento de su incapacidad de aceptar las preferencias de su único hijo, el terror de recordar el video viral grabado por Dani y transmitido ad nauseam en todas partes y su recalcitrante afán por no compartir su sentir con nadie, el personaje reúne una amalgama de matices y profundidades que Sanz resuelve con la soltura de una actriz con muchas tablas.

Germán Bracco (alterna con Alejandro Puente) no queda atrás y entrega una actuación convincente como un hombre que intenta salir a flote del duelo celebrando y reconociendo a la persona que quiere honrar.

Margarita Sanz y Alejandro Puente. Foto: Ady Reyes / cortesía BH5

Al final, son dos personas opuestas que encuentran coincidencias que van más allá de sus creencias religiosas, políticas e ideológicas e incluso en su manera de convivir con la pérdida y el dolor. 

Y es aquí precisamente donde La golondrina enarbola un discurso que trasciende la anécdota. Sin caer en diálogos apologéticos a pesar de que en algún momento corre el riesgo, la obra pone sobre el escenario los temas del odio, la intransigencia y la supuesta superioridad moral de aquellos que no aceptan ni toleran las diferencias, en este caso de las personas homosexuales pero que puede referir a cualquier situación que suscite el odio.

La golondrina hace que todo el drama que se cuenta con la potencia de las palabras no sea un mazacote abrumador. Alrededor hay emoción, ternura y hasta muchos momentos de humor que enganchan al espectador.

Hasta el 30 de julio. Teatro Milán (Lucerna y Milán, Juárez). Vi 20:45 h, sá y do 17 y 19:30 h.


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