"Oppenheimer", de Christopher Nolan, es una historia sobre la culpa y la angustia existencial

Cillian Murphy en una escena de "Oppenheimer".
Foto: cortesía Universal Studios

Javier Pérez

Oppenheimer es un thriller de tintes políticos cuyo personaje principal es el físico J. Robert Oppenheimer, considerado el padre de la bomba atómica. La historia, basada en el libro ganador del Pulitzer Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, se cuenta a partir de tres frentes temporales principales deconstruidos e intercalados a lo largo de la trama en una eficaz narrativa audiovisual con diferentes plasticidades, movimientos de cámara y encuadres con los que Christopher Nolan, guionista y director, ha hecho eco de su bien conocido sello autoral. 

Un memorable juego ajedrecístico de acciones y reacciones ejecutado con el uso de planos y contraplanos utilizados con inteligencia y habilidad.

La analepsis y la prolepsis (el flashback y el flashforward pues) figuran como detonantes de un enigma que va cambiando la percepción sobre los personajes, volviéndose un rompecabezas narrativo. Esto resalta el elemento de intriga que guía todo el relato.

La vida de Oppenheimer

Benny Safdie como Edward Teller. Foto: cortesía Universal Studios

Si bien no es un filme tradicionalmente biográfico, sí aborda diferentes momentos en la vida de Oppenheimer: desde su juventud que lo lleva a recorrer el mundo para aprender de los mejores físicos hasta, brevemente, su vejez cuando le es devuelto el reconocimiento, pero con énfasis en esos tres periodos que abarcan la Segunda Guerra Mundial, con el obvio desarrollo de la bomba en Los Álamos liderando el Proyecto Manhattan; los años cincuenta, cuando la figura del gran físico es puesta en entredicho en una audiencia privada en la que es víctima de la intransigencia política por lo que acaba humillado, y los años sesenta, cuando se desvela la intriga en un viraje al blanco y negro que refiere inmediatamente al clásico cine noir norteamericano.

Más allá de tratar de justificar o vanagloriar la figura del físico –que del patriota que salvó la guerra pasó a ser el villano–, Nolan hace un relato complejo, al más puro estilo dostoievskiano (detalle para nada gratuito en una trama en la que el anticomunismo y la subsiguiente lucha, inventada y no, contra el espionaje ruso es parte fundamental), sobre la culpa y la angustia existencial con la que carga el científico, consciente de que la fabricación del arma más letal lo ha convertido en un "destructor de mundos" .

Esta inmersión al interior de la mente de Oppenheimer le inyecta fuerza e intensidad al relato con esa contraposición de imágenes entre lo real y lo pesadillesco, cuyo ejemplo máximo es aquella escena de la celebración en la que se superpone la algarabía con los terrores más profundos sobre lo que podría devenir tras haber detonado la bomba.

El protagonista

Cillian Murphy en una escena de "Oppenheimer".
Foto: cortesía Universal Studios

Y esto solo podría lograrse a partir del compromiso y la potencia interpretativa del protagonista: el británico Cillian Murphy, el mismísimo Thomas Shelby de Peaky Blinders. Colaborador habitual de Nolan desde la trilogía de Batman, Murphy se sumergió emocional y físicamente en J. Robert Oppenheimer. 

El parecido físico que consiguió es notable, al igual que la destreza para transmitir las contradictorias emociones del físico que debió aprender a transitar entre lo público y lo privado y a vivir con la certeza de que el arma que crearon él y su equipo no solo era volver tangible la teoría cuántica, y necesaria en una carrera científica entre los nazis y los estadounidenses a la que pronto se unieron los rusos, sino que también guiaría a nuevos derroteros armamentistas (que hoy tiene una vigencia preocupante, lo cual realza el filme de Nolan).  

Cillian Murphy consigue retratar perfectamente a Oppenheimer, retrato que podría resumirse en las propias palabras del padre de la bomba atómica: “La ciencia sostiene una visión del hombre, penosa e incluso cómicamente impotente, y sin embargo, sigue poseyendo una dignidad y esperanza muy especial”.

La fuerza del reparto

Cillian Murphy y Emily Blunt en una escena de "Oppenheimer".
Foto: cortesía Universal Studios

Y aunque Murphy podría sostener por sí mismo el relato, tiene un enorme apoyo en un reparto de lujo. En primera instancia, resaltan las dos presencias femeninas alrededor del personaje, las cuales subrayan su constante pelea entre lo público y lo privado. 

Por un lado, Jean Tatlock (magnífica Florence Pugh), su primera esposa, con la que mantiene una relación tormentosa de amor-odio que lo lleva a su lado más oscuro aunque también liberador, y Kitty Oppenheimer (no menos magnífica Emily Blunt), su segunda esposa, que lo lleva del arrebato del enamoramiento al aterrizaje terrenal de los asuntos más pedestres, incluida la tajante advertencia de vencer su sentimiento de culpa cual una Sonia que acepta el suyo con entereza.

Además, están Matt Damon, como el general Leslie Groves; David Dastmalchian, como el nefasto William Borden, y sobre todo Robert Downey Jr. en una de las mejores actuaciones de su carrera como el intrigante Lewis Strauss, aparente apoyador de la causa científica. El logro no solo está en los cambios físicos del personaje, sino en las poderosas intrigas que genera. 

Nolan y el thriller

Christopher Nolan en el set de "Oppenheimer". Foto: cortesía Universal Studios 
Nolan nunca suelta el thriller político. Y lo sostiene con destreza a lo largo de las tres horas del filme con constantes picos emotivos que mantienen viva la intriga y el enigma, como ocurre en los interrogatorios privados en los que la ingenuidad de los científicos ex compañeros de Robert es usada por los políticos alevosamente direccionada para sus propios fines en escenas en las que Jason Clarke roba la atención con su exaltado personaje de Roger Robb, un fiscal dispuesto a quitarle el acceso a Oppenheimer de sus propias creaciones por el hecho de advertir de la peligrosidad de desarrollar nuevas armas.

Nolan se las ingenia para hacer entretenido el filme a pesar de las complejidades de sus muchos diálogos. Oppenheimer lo muestra como un cineasta maduro capaz de verter sus obsesiones sobre el espacio-tiempo en un thriller de tintes políticos visualmente impecable. La escena de ese encuentro al pie del lago entre Albert Einstein y J. Robert Oppenheimer es un MacGuffin eficaz que, al ser revelado, resume las preocupaciones actuales sobre el armamentismo nuclear.


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